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¿Qué sucede en una ronda de constelaciones?


Las 09 del sábado. Los participantes comienzan a llegar. Subo y bajo las escaleras de mi consultorio en Buenos Aires (¡sólo a mí se me ocurre elegir un consultorio con dos tramos de escaleras!)

Doy besos, abrazos. Saludo respetuosamente a los nuevos, los invito a acomodarse. Hay personas de todas las edades, aunque todos superan los 21 años. Hay hombres, hay mujeres. Veo una pareja, ella muy resuelta. Él, algo incómodo. Sonrío para adentro, las mujeres insistimos en esta vocación “evangélica” de transformar a nuestros maridos.

Se van acomodando en ronda en el consultorio, dejan sus zapatos y carteras. Están sueltos algunos, incómodos otros, hay un silencio tenso, unas conversaciones susurrantes. Los observo con curiosidad y ternura, mientras se van acomodando y llegan los rezagados. Hay algo en el ambiente previo a una ronda que siempre me produce cierta ternura.

Doy la bienvenida a todos: a algunos ya los conozco, también hay alumnos, pero siempre se suma gente nueva.

‘Se preguntarán qué vamos a hacer aquí, y seguramente quienes los invitaron no supieron muy bien como explicarles” – comienzo.

“Es que las constelaciones familiares son más entendibles viviéndolas que explicándolas. Sin embargo, es importante que entiendan que se trata de una técnica, no una terapia por sí misma. Vamos a intentar buscar en otro lado, de otra manera, el origen de lo que los angustia. Ustedes seguro ya tienen una explicación, probablemente muchos ya hayan hecho terapia. Tal vez entiendan lo que les sucede, o de donde viene. Pero eso no ha ayudado a resolverlo. Vamos a intentar hacerlo aquí, buscando no sólo en la historia conocida, sino teniendo en cuenta un mundo más grande al que pertenecen: su sistema familiar. Y cuando digo sistema familiar, digo todos aquellos de quienes ustedes vinieron. Sus abuelos, bisabuelos, y más lejos aún. Sus historias, sus dramas no resueltos, pugnan por ser vistos, para darles un cierre. ¿Y cómo llaman la atención? Produciendo síntomas, sufrimiento en nosotros, los que venimos después.”

“Aquí no se trata de buenos y malos, de maldiciones ni de herencias nefastas. Ahora sabemos que todos, en nuestro corazón, estamos íntimamente ligados a nuestro sistema de origen. Tenemos una lealtad, un impulso infantil profundo, que nos mantiene enredados a destinos ajenos, empujados por un amor ciego que insiste en compartir suertes con los nuestros”.

“Vamos a buscar ese enredo de destinos, a mirarlo a los ojos. Vamos a sacar a la luz ese amor ciego, y vamos a ponerlo al servicio de la reconciliación. Y si es posible, recibiremos alivio. Y los nuestros, todo nuestro sistema, aunque no estén aquí y no sepan nada de la constelación, se verán beneficiados. Este es un trabajo a nivel profundo, a nivel del alma. Y cuando un alma brilla un poquito más, todas las almas conectadas con ella se benefician”

Todos se mantienen en respetuoso silencio, y entonces los invito a hacer una ronda. Muy simple: Nombre, y el tema que van a constelar. No necesito detalles, sólo un título: “Mi pareja” “No puedo vender una casa” “Tengo un dolor en la pierna izquierda que no se va…” Hay que constelar lo que angustia, lo urgente. Por ahí se empieza, es lo que el alma está preparada para ver.

Una vez hecha la ronda, comenzamos. Elijo empezar por José, un hombre mayor de unos 70 años, alto él, medirá un metro noventa. Hombre de campo, vestido muy humildemente. Lo invito a sentarse a mi lado y le pregunto nuevamente qué va a constelar.

“No veo bien, se me nubla la vista. Es como si tuviera una nube adelante. Me trajo mi nieta, y mi mujer que ya vinieron, y dicen que están mejor. Vamos a ver qué pasa…”

Le digo que no puedo prometerle nada, que las constelaciones no son mágicas…

“No me importa, lo intentamos. Total con mi edad, perdido por perdido…” me dice. Pero no parece resignado, está determinado a hacerlo, aunque no entiende bien de qué va la cosa.

“Muy bien entonces, vamos a constelar José. Por favor elija alguien de esta ronda, que lo represente a usted. Y otra persona que represente a su vista”

Lo invito a pararse y él se acerca a dos personas, y designa a una para hacer de José, y otra para la vista borrosa. Les pone las manos en los hombros y los ubica en el centro de la ronda, de acuerdo a como le parece. Sin mucha ceremonia ni vueltas. Hay que seguir un primer impulso, simplemente. Lo invito a sentarse: en las constelaciones, el protagonista no participa sino mirando, dejándose empapar por las impresiones que la constelación va mostrando.

Me acerco a los representantes, el que hace de José se siente triste y mira insistentemente a la vista borrosa. La vista borrosa sólo mira a un punto en el piso. Yo, como facilitadora, me guío por los movimientos del cuerpo, las emociones que voy percibiendo en los representantes. Hay una técnica específica que se adquiere con estudio y experiencia. No soy vidente, ni gurú. Sólo un ser humano que conoce muy bien una técnica. Pido un representante más, que se acueste exactamente donde la vista borrosa mira. El representante de José se angustia, comienza a llorar suavemente. Miro a José, que a su vez está mirando. Pienso que no debe entender nada (¿pensará que estamos locos?) y me sorprendo viendo a ese hombre de 70 años, endurecido por la vida, llorar suavemente como un niño.

“A quién puede estar extrañando su corazón José? Se trata de alguien muy querido, que ya no vive”.

“A mi papá, señora. Extraño a mi papá. Se murió cuando yo tenía, 15. Ese que está en el piso es mi papá” Y entonces me doy cuenta que el lenguaje del alma lo entendemos todos: jóvenes y viejos, estudiosos y sencillos.

Me acerco a la vista borrosa. Ya no mira más al piso, está como distraída. La invito a que se mueva a donde sienta. Y al representante de José, le pido que se acerque. Toda su actitud corporal es la de un niño desvalido. Llora desconsoladamente. Lo invito a acercarse a ese hombre en el piso. Y lo ayudo con sencillas frases que intentan condensar todo el dolor de su corazón: “Te extraño papá” “Me hacés mucha falta”. José (el representante) dice estas frases y suspira, aliviado. Ha reconectado con la emoción dormida, con el duelo no resuelto, y está pudiendo ponerlo en palabras. Llora el alma de José (el representante) y llora José.

Le pregunto a José de qué murió su papá. No recuerdo la causa, pero si me impacta un comentario “él casi no veía cuando se murió”… y ahí vemos porqué José no vé. Es una suerte de homenaje, una forma de llevar su luto no confesado. “Si vos no podías ver, yo tampoco papá”

Lo invito a acercarse y para mi sorpresa, este hombre rudo y sencillo se adentra en el círculo de desconocidos que observan respetuosamente, con total seguridad.

Algunos en la ronda lloran. ¿Cuántos de ellos extrañarán a su propio padre? ¿Cuántos de ellos no habrán podido confesar que aún los extrañan? Las constelaciones son generosas, todos recibimos algo.

José, el de verdad, se arrodilla con dificultad al lado del representante de su padre. Llora y le toma la mano. “Te extraño papá, fuiste un hombre muy bueno” Y lo ayudo un poco.

“Ahora te veo, y veo mi dolor por perderte tan joven” “Siempre vas a ser mi papá, y yo siempre voy a ser tu hijo”. El representante del padre abre los ojos. Claramente está en paz.

“Querido hijo, yo no quería irme tan pronto. Siempre voy a ser tu papá. Y desde aquí te doy mi bendición. Cuando llegue el momento, nos vamos a encontrar. Pero todavía no es el momento”

José se alivia. Ya no llora. Lo ayudo a pararse y vuelve a sentarse. El representante de la vista borrosa me dice que ya se aburrió, que quiere irse. Buena noticia, el síntoma cumplió su propósito, y desaparece. El representante de José está muy bien. Sonríe. Brilla. ¿Y su papá?, bueno, él descansa en paz.

Fin de la constelación. Saludamos a José con una respetuosa reverencia. Y sin análisis ni interpretaciones, dejando que esa imagen final de amor y reconciliación impregnen el corazón de José, seguimos con otra constelación, y otras tantas. Hasta que la ronda termine. Hasta la próxima ronda.

Una semana después me escribe la nieta de José. Está exultante, puede leer el diario y distingue por la ventana las ramas de los árboles y las hojas. Camina por la calle y distingue pozos de baldosas. Ya no necesita homenajear con el cuerpo. Su boca habló lo que el alma callaba.

Y vuelve a sonreir. 


Clor. Agustina Ribicic

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