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Crisis de ansiedad al conducir


En la cuarta consulta a distancia con Ana, me cuenta "una pavada". Algo que le pasó, que por sí mismo no parece más que un hecho anecdótico: aprendió a manejar ya grande (tendrá 50 años), se compró un auto nuevo, precioso, pero no lo puede manejar.

Tuvo que hacer un viaje largo por autopista (en Buenos Aires, ¡todos los viajes son largos!) y fue tal su terror a emprender el viaje, casi deja el auto y se vuelve en remise. Pero se animó de todos modos (siempre con un acompañante) y logró llegar, sana y salva, y con el auto sin un rasguño a su casa. Todo su cuerpo reaccionó a ese viaje con tensión y miedo. Tenía palpitaciones y mareos, estaba atravesada por una crisis de ansiedad. Manejaba muy despacio, es cierto. El coche de adelante estaba aproximadamente a una cuadra de distancia: Es que siempre tiene miedo de que el auto de adelante frene repentinamente y no tenga tiempo de maniobrar, y lo choque por detrás.

Le pregunto si recuerda algún accidente automovilístico en su vida, o en la vida de alguien de su sistema: cuando tenía 11 años, habían salido en el auto con su papá y mamá adoptivos de paseo. Nada importante, me dice. Luego agrega: mi papá frenó repentinamente y, sin tiempo para maniobrar, lo chocaron por detrás. Y no recuerda nada más.

Le pido por favor que me describa como es esa sensación de pánico que sentía cuando manejaba: un nudo en el estómago, como si hubiera algo sin digerir. Le pido que lo traiga a su memoria, y el cuerpo, siempre fiel, comienza a manifestar el mismo síntoma, como si realmente estuviera, aquí y ahora, manejando. La "piedra sin digerir" sube a la garganta "como una bola" y se siente muy triste. Le damos tiempo al cuerpo, le pido que se quede sintiendo esa sensación de bola, y que me cuente si aflora alguna imagen, un recuerdo, una palabra...

La escucho llorar suavemente: estamos a 100 km de distancia y sólo los auriculares y un celular nos mantienen en contacto. ¿Qué va pasando Ana? le pregunto.

Y me cuenta: que cuando chocaron con su papá y su mamá, se desató una discusión fenomenal entre ellos. En realidad la angustia no era por el choque, sino porque ella, impotente, sentada en el asiento de atrás, estuvo a expuesta a esa discusión. El paseo quedó trunco, volvió con sus padres enojados, a casa. Todos los paseos eran así, toda tensión, toda pelea. No tenía recuerdo de un sólo paseo que haya sido placentero. Se da cuenta de que la sensación física que tiene cuando sube al auto a manejar, es la misma que sentía cada vez que los padres decidían salir de paseo. Su cuerpo sabía bien: los paseos en esa familia, siempre eran guerra. Recuerda algo más: si su mamá la llevaba a pasear, los sábados, era sólo para encontrarse con su amante. Ana se quedaba en una piecita, encerrada, escuchando la radio. Y cuando volvían a casa, donde las esperaba su papá, la angustia y la culpa la destrozaban. No podía contarle al padre dónde habían estado. O tenía que mentir.

Y su primer paseo... su primer paseo, nos dimos cuenta juntas, con los auriculares puestos y el celular en la mano... su primer paseo fue de bebita, cuando la separaron de su madre biológica y viajo cientos de kilómetros desde Santiago del Estero a Buenos Aires, para encontrarse con estos padres adoptivos, con quienes viviría el resto de su vida.

Ana llora, aliviada. La "pavada" se había convertido en una puerta, que la llevó a conectar con esos recuerdos traumáticos alojados en su cuerpo, que volvían una y otra vez a gritar en la forma de una angustia como "un nudo en el estómago, como si hubiera algo sin digerir".

Fue suficiente nuestro encuentro a distancia de hoy. Como nuestros encuentros son cada 15 días, le sugerí que hiciera una Carta Extensa de Reconciliación y Despedida con su padre. También complementamos el proceso terapéutico con una fórmula de flores de Bach: Estrella de Belén para el trauma, Rock Rose para el miedo que paraliza, y Agrimonia, por la enorme angustia que presenta.

Algunos detalles de la historia de sus padres adoptivos, sugieren que ella podría estar ocupando un lugar que no le correspondía en esa pareja. Optamos por hacer, más adelante, una constelación en una Ronda de Constelaciones grupal.

Nada que el cuerpo traiga al presente es una pavada. El cuerpo tiene memoria y lenguaje propios, que bien escuchados, nos abren camino a una nueva forma de vivir y de ser.

Clor. Agustina Ribicic

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